... Solo entonces, fatigado de toda una noche de monotono trabajo periodistico, me era posible dedicarme a la labor creadora del novelista. Bajo la luz violacea del amanecer o al resplandor juvenil de un sol recien nacido fui escribiendo los diez capitulos de mi novela. Nunca he trabajado con tanto cansancio fisico y un entusiasmo tan reconcentrado y tenaz. Al relato primitivo le quite su titulo de Venganza moruna, empleandolo luego en otro de mis cuentos. Me parecio mejor dar a la nueva novela su nombre actual: La barraca. Primeramente se publico en el folleton de El Pueblo, pasando casi inadvertida. Mis bravos amigos, los lectores del diario, solo pensaban en el triunfo de la Republica, y no podian interesarles gran cosa unas luchas entre huertanos, rusticos personajes que ellos contemplaban de cerca a todas horas. Francisco Sempere, mi companero de empresas editoriales, que iniciaba entonces su carrera y era todavia simple librero de lance, publico una edicion de La barraca de setecientos ejemplares, al precio de una peseta. Tampoco fue considerable el exito del volumen. Creo que no pasaron de quinientos los ejemplares vendidos. Ocupado en trabajar por mis ideas politicas, no prestaba atencion a la suerte editorial de mi obra, cuando, algunos meses despues, recibi una carta del senor Herelle, profesor del Liceo de Bayona. Ignoraba yo entonces que este senor Herelle era celebre en su patria como traductor, luego de haber vertido al frances las obras de D'Annunzio y otros autores italianos. Me pedia autorizacion para traducir La barraca, explicando la casualidad que le permitio conocer mi novela. Un dia de fiesta habia ido de Bayona a San Sebastian, y, aburrido, mientras llegaba la hora de regresar a Francia, entro en una libreria para adquirir un volumen cualquiera y leerlo sentado en la terraza de un cafe. El libro escogido fue La barraca, e, interesado por su lectura, el senor Herelle casi perdio su tren...
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